Luc 18:9
Parábola del fariseo y el publicano
A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:
Luc 18:10 «Dos hombres subieron al Templo a orar:[e] uno era fariseo[f] y el otro publicano.[g]
Luc 18:11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo[h] de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
Luc 18:12 ayuno[i] dos veces a la semana, diezmo[j] de todo lo que gano”.
Luc 18:13 Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,[k] diciendo: “Dios, sé propicio a mí,[l] pecador”.
Luc 18:14 Os digo que este descendió a su casa justificado[m] antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido».[n]
La parábola del fariseo y el publicano, que se encuentra en Lucas 18:9-14, ilustra la importancia de la humildad en la oración y en la relación con Dios. En esta narración, Jesús contrasta dos actitudes distintas hacia la justicia y el arrepentimiento:
- El fariseo: Se presenta con orgullo, orando con una actitud de autojustificación. Se comparece favorablemente con otros, creyendo que sus obras y rituales (como el ayuno y el diezmo) lo hacen justo ante Dios. Su oración refleja confianza en sí mismo y menosprecio por los demás.
- El publicano: Por el contrario, se muestra consciente de su indignidad y pecaminosidad. Su oración es sincera y humilde; no se atreve a levantar la mirada al cielo, reconociendo su necesidad de la misericordia divina.
El desenlace de la parábola enfatiza que el publicano volvió a su casa justificado, mientras que el fariseo no. Jesús concluye que quienes se enaltecen serán humillados, y quienes se humillan serán enaltecidos. Esta enseñanza nos invita a reflexionar sobre la importancia de la humildad y la sinceridad en nuestra relación con Dios.